Para la mayoría de los visitantes actuales, la medina es un "laberinto bullicioso" con una actividad abrumadora en espacios estrechos. En realidad, estos centros urbanos han sido diseñados en sintonía con lo que era el modo de vida hace siglos. La vida moderna introdujo actividades y elementos que alteraron los equilibrios que garantizaban un modo de vida tranquilo, cómodo y saludable.
En Marruecos hay treinta medinas. Sólo se conocen unas pocas. Cuatro están declaradas Patrimonio de la Humanidad: Rabat, Meknes, Fez y Marrakech. Las dos últimas son mundialmente conocidas, masivamente visitadas y bien conservadas. La medina de Fez es, de hecho, la mayor y una de las más antiguas de sus similares en toda la cuenca mediterránea.
Los contextos históricos en los que se fundaron las medinas hicieron de la seguridad una preocupación primordial. Para garantizarla, se construyeron enormes murallas y puertas monumentales que demostraban su poder político y económico. Además de las riquezas naturales -la fertilidad del suelo y la abundancia de aguas superficiales y subterráneas-, las estrategias económicas y militares determinaron la ubicación de las medinas.
La organización urbana de una medina sigue un patrón concéntrico formado por una serie de barrios interrelacionados aunque autónomos, además de los mercados principales o el centro comercial. Cada barrio tiene como piedra angular un lugar de culto: la mezquita. Junto a la mezquita hay edificios de servicios públicos: una fuente de agua potable, un hammam (baño público de vapor), aseos públicos, un horno comunal, una escuela y una plaza. La calle principal está repleta de comercios relacionados con la alimentación y que atienden las necesidades diarias de los habitantes. Esta calle es también el espacio de socialización donde los miembros de la comunidad se reúnen a diario para comprar alimentos frescos, recibir noticias de los demás y compartir diferentes asuntos y problemas de la comunidad. Las casas están alejadas de estas calles bulliciosas y ruidosas, en callejuelas muy tranquilas, la mayoría de las cuales son callejones sin salida.
Debido a la sequedad constante, generalmente polvorienta y extremadamente calurosa o fría, la casa tenía que ser algo más que un lugar donde vivir. Estaba pensada para el almacenamiento, para dar cobijo a las personas en condiciones adversas y para atender su tiempo de ocio y sus momentos festivos. Era a la vez el espacio interior y exterior de las familias.
Arquitectos y maestros de obras dieron rienda suelta a su creatividad para lograr una combinación perfecta de funcionalidad, comodidad, estética y facilidad de uso.
Para asegurar el frescor construyeron casas por debajo del nivel de la calle con un patio que daba acceso directo a la belleza del cielo. El patio albergaba un jardín interior con una fuente central y una pila donde el sonido del goteo del agua dispensaba un sonido relajante que potenciaba la relajación. Las amplias habitaciones de techos altos con ventanas bajas permitían tanto a los huéspedes como a los anfitriones disfrutar del frescor del interior y de la belleza y los aromas del jardín. La policromía deslumbrante de las baldosas esmaltadas de los suelos, el encaje de las paredes, las intrincadas puertas, ventanas y techos tallados y pintados contribuían a la magia de un Dar o Riad.